El ahorro y la planificación financiera deben tener un propósito definido: no todos los ahorradores tienen claro para qué ahorran y es muy importante saber cuál es nuestra meta y cuantificarla, para poder alcanzarla. Debemos pensar en nuestras necesidades económicas, en función de nuestras prioridades, tanto a corto, como a largo plazo, pues muchas veces tendemos a satisfacer nuestras necesidades financieras más inmediatas y olvidarnos de las del futuro.
Un buen ejercicio de planificación financiera debe cubrir todos los aspectos relevantes de nuestra vida, aunque estos variarán en función de las características personales de cada uno (edad, situación laboral, etc.) y la etapa de la vida (ingresos, deudas, etc.). No obstante, sí que hay algunos objetivos en concreto que son comunes a la mayoría.
Vamos a ver algunos ejemplos. Supongamos el caso de una pareja recién casada, probablemente el ahorro para la compra de una vivienda y la hipoteca sean uno de los pilares principales de su planificación financiera. Es posible a su vez que deseen tener hijos, otro aspecto a tener en cuenta será por tanto los gastos en educación, ropa y alimentos que acarrearán estos nuevos miembros de la familia.
A medida que la edad va avanzando, los objetivos vitales varían notablemente. Una persona próxima a su edad de jubilación tendrá como objetivo el afrontar esta nueva etapa de la vida, en la que probablemente sus ingresos se vean afectados, por lo que su ahorro irá más destinado a complementar la pensión y sus intereses orientados a comprender temas de Seguridad Social y rescate de productos de previsión.
Como vemos, en todas las etapas de nuestra vida nos encontramos con objetivos y retos a los que debemos hacer frente. Definirlos de manera correcta es la única forma de encauzar nuestros esfuerzos y tomar las decisiones financieras correctas.